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Se ha hablado mucho del realismo mágico en la literatura de nuestro siglo. Don Bosco puede considerarse como un soñador en el mejor sentido de la palabra; pero era a la vez un hombre realista. Lo cierto es que Dios se le manifestaba con frecuencia a través de misteriosos sueños, mezcla de fantasía, ilusión y realidad sobrenatural. El Santo vivía en esa especie de cuarta dimensión que, a veces, llamamos sueño con demasiada facilidad. Y la verdad es que se trataba de un hombre inmerso en el misterio de Dios.
Fausto Jiménez hace un estudio lúcido y moderno de estas visiones fantásticas del Santo y nos ofrece luego una lectura tal cual se encuentra en los documentos históricos, pero antes nos ha hecho ver su alcance a los ojos del historiador contemporáneo. ¿Eran sueños? ¿Eran imaginaciones? ¿Eran parábolas? ¿Eran visiones a la luz de la otra claridad? ¿Eran revelaciones? Hoy vivimos en otro contexto. Después de Freud sabemos la importancia del mundo onírico y hasta qué punto pueden llegar las ideas de un hombre obsesionado por la salvación de sus jóvenes.
Pero Don Bosco tampoco era un surrealista. Sus sueños tienen un sentido lógico dentro del género. Aún más, tienen una intención pedagógica, teológica y pastoral, de acuerdo con las corrientes de su época. Hoy excitan nuestra curiosidad nada morbosa ante lo sobrenatural. Fausto Jiménez, teólogo e historiador, nos presenta ahora la figura de Don Bosco en este enclave de realismo mágico, en esa feliz ambigüedad consciente de un Santo que sabía tener los pies en el suelo y el corazón arriba, adonde quería encontrarse con todos sus muchachos.
Buena ocasión para acercarnos en estas páginas al conocimiento de un personaje como Don Bosco, hombre de su tiempo y profeta, calculador y visionario, profundamente humano y profundamente santo.
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