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Jesús deja este mundo sin escribir una «constitución» ni otros documentos. Él vive una vida de relación con su Padre, del que habla a quienes están a su lado. Estos, el día de la Resurrección, comienzan a proclamarlo públicamente «Señor y Cristo» (Hch 2,36). Lo nuevo que están viviendo les lleva a iniciar una vida en común, a la que integran paulatinamente a quienes confiesan a Jesús como Señor. El cristianismo nació, pues, en torno a un grupo de testigos del Resucitado. Una nueva evangelización y una Iglesia renovada deberán, hoy como ayer, fundarse en testigos fidedignos del Señor resucitado. Saber a Jesús vivo es el inicio de la fe y de la comunidad creyente.
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