Presbíteros, diáconos, acólitos, lectores, ministros de la comunión, director de canto, monitores, animadores de la asamblea, cantores, monaguillos... ¡tantos servicios que se prestan en la celebración! Todos son servicios en función del Misterio que se celebra. Todos son expresión de una Iglesia que es comunidad, Cuerpo de Cristo. Las reflexiones aquí ofrecidas quieren alentar a cuantos desempeñan un ministerio. La forma de realizar el ministerio puede ayudar o distraer a la asamblea celebrante. El autor es muy consciente de que sin una buena teoría, la práctica no sabe por dónde caminar y corre el riesgo de ser miope, cuando no ciega. Pero, al mismo tiempo, sin una buena práctica, la más bella teoría corre el riesgo de ser abstracta y vacía, desencarnada de la vida. Tarea ardua, que requiere los dones del Espíritu, no solo los de entendimiento y ciencia, sino también los de fortaleza y piedad, y sobre todo, el santo temor de quien sabe que tiene que «administrar», con cuidado exquisito y delicada sensibilidad, las cosas de Dios.
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