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El periodo que vivimos no es sencillo. También los sacerdotes viven su ministerio en una época de incertidumbres. Estas pueden suscitar tanto miedo como aliento. La misión del sacerdote no es la de conseguir salvar el mundo por medio de tácticas y estrategias misioneras, sino conseguir vivir su vocación con pasión. Mientras el mundo habla de producción y de éxito, el Evangelio predica la fecundidad.
El autor propone volver al significado profundo de la ordenación sacerdotal como un regreso a las fuentes para responder a los retos de nuestro complicado tiempo. Las crisis invitan a los sacerdotes a vigilar su humanidad, a cuidar su interioridad, a cultivar los deseos y a no sofocar sus sueños. La vocación sacerdotal se trata de una vocación formidable, signo elocuente para un mundo en búsqueda de referencias.
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