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La imagen de las diversas Órdenes y Congregaciones de Vida Religiosa Apostólica se asemeja a una iglesia con preciosos vitrales, integrada armónicamente por muchas piezas: vivencia de los votos, vida de comunidad, pertenencia, formación, vida espiritual, apostolado, carisma, gobierno, discernimiento, etc. Cada uno de estos elementos ayudan a dar vida a los discípulos y apóstoles del Señor Jesús, pero entre todos, el autor quiere enfocar estas páginas desde un aspecto que es central y motivador: la caridad pastoral. Pero ¿de qué tipo de caridad hablamos? ¿Por qué la caridad tiene que ser pastoral para los Institutos de Vida Apostólica y no de otro tipo?
No cabe la menor duda de que la caridad pastoral forma parte, deliberada y deseada, del anuncio de la Iglesia. Es el corazón de la espiritualidad cristiana y de la santidad. Es la participación en la caridad de Cristo encarnado, prolongado, historizado y actualizado en el amor palpable a las personas. La caridad pastoral de Jesús, que «da su vida por las ovejas» (Jn 10,11), es una llamada a cada cristiano: enraizada en Cristo, vivida en cada vocación y concretada en las necesidades del Pueblo de Dios, con especial atención a «los más frágiles de la tierra» (EG 209).
El testimonio de este amor de caridad es también parte integrante de la vida del consagrado; supone la relación íntima y personal con Cristo, seguimiento e imitación de sus actitudes, una forma de vida que aquí hemos titulado «enamorada».
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