Se afirma que la meditación cristiana, si se apoya en la recitación de un mantra, produce frutos de paz, serenidad, silencio de la mente, comunión con Dios. Tienes en tus manos, a modo de letanías, pequeñas frases escuchadas interiormente durante momentos de meditación, especialmente en relación con las condiciones que facilitan la oración.
Las diversas frases se agrupan en un posible itinerario de intimidad orante. El desierto, lugar de la Palabra; el silencio, posibilidad para escuchar la Palabra con el oído del corazón; el perdón, necesario para sentir la reconciliación que pacifica el alma, y desde él, tener el atrevimiento de perdonar; la soledad sonora y anchísima, soledad inmensa y habitada que deja experimentar la pobreza y la fragilidad, y suscita la súplica humilde, hasta llegar a identificarse más estrechamente con Jesucristo, quien nos revela el amor de Dios, amor entrañable, de amistad, comunitario, manifestado en la entrega total de Jesús, hasta el extremo de dar la vida, que nos deja disponibles y más aptos para que el Espíritu Santo, amor de Dios, nos habite y suscite en cada uno la forma de vida evangélica. Todo concluye con la invocación materna a la Virgen María.
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